Iremos publicando por entregas el libro El Corazón de la meditación, de Sogyal Rinpoché. Que lo disfruten y sea beneficioso y útil para todos.
El propósito de la meditación consiste en despertar en nosotros la naturaleza de la mente e introducirnos a aquello que en realidad somos, a nuestra consciencia pura e inmutable que subyace a la totalidad de la vida y la muerte.
En la quietud y el silencio de la meditación, vislumbramos esa profunda naturaleza interior que hace tanto tiempo perdimos de vista entre la agitación y la distracción de nuestra mente, y regresamos a ella. Resulta verdaderamente extraordinario que nuestra mente no pueda estarse quieta más de unos pocos instantes sin anhelar distracción; es tan inquieta y desasosegada que a veces pienso que, al vivir en una ciudad del mundo moderno, ya somos como los seres torturados del estado intermedio que sigue a la muerte, donde se dice que la consciencia es angustiosamente desasosegada. Según ciertas autoridades, un trece por ciento de los estadounidenses padece de alguna clase de trastorno mental.
¿Qué nos dice eso de nuestra forma de vivir?
Estamos fragmentados en muchos aspectos distintos. No sabemos quiénes somos en realidad, ni con qué aspectos de nosotros mismos deberíamos identificarnos ni en cuáles creer. Son tantos los dictados, voces y sentimientos que luchan por controlar nuestra vida interior que nos encontramos dispersos por todas partes, en todas direcciones, sin dejar a nadie en casa.
La meditación, pues, es llevar la mente a casa. En la enseñanza de Buddha, decimos que hay tres cosas que influyen decisivamente en que la meditación sea sólo un método para obtener relajación, serenidad y dicha temporales, o bien se convierta en una poderosa indoctora de la iluminación para uno mismo y para los demás. A estas tres cosas las llamamos: ‘Bien al Principio, Bien en el Medio, y Bien al Final’.
Bien al Principio surge de la percepción de que nosotros y todos los seres conscientes tenemos fundamentalmente la naturaleza de buddha como nuestra esencia más intima, y que conocerla es liberarse de la ignorancia y acabar definitivamente con el sufrimiento. Así, cada vez que empezamos nuestra práctica de la meditación, esto nos motiva y estimula a dedicar nuestra práctica y nuestra vida a la iluminación de todos los seres en el espíritu de esa oración que ha sido rezada por todos los buddhas del pasado:
Por el poder y la verdad de esta práctica:
Que todos los seres tengan felicidad y lo que causa la felicidad;
Que todos estén libres de pena y de las causas de la pena;
Que no se separen nunca de la felicidad sagrada en la que no hay sufrimiento alguno;
Y que todos vivan en ecuanimidad, sin demasiado apego ni demasiada aversión,
Y que vivan creyendo en la igualdad de todo lo que vive.
Bien en el Medio es la disposición mental con la que entramos en el corazón de la práctica, disposición estimulada por el conocimiento de la naturaleza de la mente, del cual surge una actitud desprendida, libre de cualquier referencia intelectual, y una consciencia de que todas las cosas son inherentemente ‘vacías’, ilusorias y comparables a un sueño.
Bien al Final es la manera en que concluimos la meditación dedicando todo su mérito y rezando con verdadero fervor: “Que cualquier mérito que proceda de esta práctica sirva para la iluminación de todos los seres; que se convierta en una gota en el océano de la actividad de todos los buddhas en su trabajo incansable por la liberación de todos los seres”.
Este mérito es el beneficio y el poder positivo, la paz y la felicidad que irradian de la práctica, y lo dedicamos al beneficio a largo plazo de todos los seres, a su iluminación. En un plano más inmediato, lo dedicamos a que pueda haber paz en el mundo, a que todos nos veamos libres de necesidad y enfermedad y experimentemos un bienestar total y una felicidad duradera. A continuación, comprendiendo la naturaleza ilusoria de la realidad, que es comparable a un sueño, reflexionamos sobre cómo, en el sentido más profundo, aquel que dedica su práctica, aquellos a quienes se la dedica, e incluso el propio acto de dedicarla son todos inherentemente ‘vacíos’ e ilusorios. Eso se dice en las enseñanzas para cerrar la meditación de manera que nada de su poder puro pueda perderse ni filtrarse en absoluto, para que nada del mérito de la práctica se desperdicie jamás.
Estos tres principios sagrados: (1) la motivación hábil, (2) la actividad desprendida que asegura la práctica y (3) la dedicación que la cierra, son los que hacen que la meditación sea verdaderamente iluminadora y poderosa. El gran maestro tibetano Longchenpa los describe, en una hermosa metáfora, como “el corazón, el ojo y la fuerza vital de la verdadera práctica”. Y como dice Nyoshul Khenpo: “Para alcanzar la Iluminación completa, más que esto no es necesario; pero menos que esto es incompleto”.
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