martes, 2 de agosto de 2011

Budismo y neurología

 Texto tomado de Sangha Virtual. 
Traducción: SanghaVirtual.org

Exposición de Su Santidad del XIV Dalai Lama sobre la relación del budismo y la ética con la ciencia, durante el Congreso Anual de Neurología celebrado el 12 de noviembre de 2005 en Washington, DC (Estados Unidos).

Durante las recientes décadas se han producido inmensos avances en la comprensión científica del cerebro humano y el cuerpo humano como un todo. Además, con el advenimiento de la nueva genética, el conocimiento de la neurociencia sobre el funcionamiento de los organismos biológicos es llevado ahora al nivel más sutil de los genes individuales. Esto da como resultado impredecibles posibilidades tecnológicas hasta para manipular los propios códigos de la vida, por consiguiente dando lugar a la posibilidad de crear por completo nuevas realidades para la humanidad como un todo.

Hoy, la cuestión de la interconexión de la ciencia con la humanidad en gran medida ya no constituye apenas una cuestión de interés académico, sino que esta cuestión debe asumir un sentido de urgencia para todos los que están preocupados por el destino de la existencia humana. Por lo tanto, yo siento que un diálogo entre la neurociencia y la sociedad podría tener profundos beneficios dado que podría ayudar a profundizar nuestra comprensión básica de lo que significa ser humanos y nuestras responsabilidades por el mundo natural que compartimos con otros seres sensibles. Me alegra notar que como parte de esta interacción más amplia, entre algunos neurocientíficos existe un creciente interés en involucrarse en conversaciones mas profundas con las disciplinas contemplativas budistas.

Aunque mi propio interés en la ciencia comenzó como la curiosidad de un inquieto muchacho que crecía en el Tíbet, gradualmente se despertó en mí la colosal importancia de la ciencia y la tecnología para entender el mundo moderno. No sólo he procurado entender las ideas científicas específicas sino que también he intentado explorar las más amplias inferencias de los nuevos avances del conocimiento humano y el poder tecnológico logrados mediante la ciencia. Las áreas específicas de la ciencia que he explorado en sumo grado a lo largo de los años son la física subatómica, la cosmología, la biología y la psicología. Ante mi limitada comprensión en estos ámbitos estoy profundamente agradecido por las horas del generoso tiempo compartido conmigo por parte de Carl von Weizsacker y el ya fallecido David Bohm a quienes considero como mis maestros en mecánica cuántica. Y en el campo de la biología, en especial la neurociencia, estoy en deuda con Robert Livingstone y Francisco Varela, también fallecidos. Asimismo, agradezco a los numerosos eminentes científicos con quienes tuve el privilegio de mantener conversaciones bajo los auspicios del Mind and Life Institute que promovieron las Conferencias sobre la Mente y la Vida iniciadas en 1987 en mi residencia de Dharamsala, India. Esos diálogos han continuado durante años y de hecho el más reciente diálogo sobre Mente y Vida concluyó aquí en Washington esta misma semana.

Algunos podrían preguntarse: “¿Qué hace a un monje budista preocuparse tan profundamente por la ciencia? ¿Qué relación puede haber entre el budismo, una antigua tradición filosófica y espiritual de India, y la ciencia moderna? ¿Qué posible beneficio puede haber para que una disciplina científica como la neurociencia se comprometa en un diálogo con la tradición contemplativa budista?”

Aunque la tradición contemplativa budista y la ciencia moderna han evolucionado desde diferentes raíces históricas, intelectuales y culturales, creo que de corazón comparten significativos denominadores comunes, especialmente en su metodología y su perspectiva filosófica básica. A nivel filosófico, tanto el budismo como la ciencia moderna comparten una honda desconfianza de cualquier noción de lo absoluto, ya sea conceptualizado como un ser trascendente, como un eterno e inmodificable principio tal como el alma, o como un substrato fundamental de la realidad. Tanto el budismo como la ciencia prefieren explicar la evolución y el surgimiento del cosmos y la vida en términos de complejas interrelaciones de las leyes naturales de causa y efecto. Desde la perspectiva metodológica, ambas tradiciones enfatizan el papel del empirismo. Por ejemplo, en la tradición budista de investigación, entre las tres fuentes reconocidas del conocimiento –experiencia, razón y testimonio– hay evidencias sobre que la experiencia tiene precedencia, con la razón en segundo lugar, y el testimonio al final. Esto significa que, en la investigación budista de la realidad, al menos en principio, la evidencia empírica debería triunfar sobre la autoridad de las escrituras, sin importar lo profundamente venerada que pueda ser esa escritura. Incluso en el caso del conocimiento obtenido mediante la razón o la deducción, en última instancia su validez debe derivar de algunos hechos observados por experiencia. Debido a esta perspectiva metodológica, a menudo le he hecho notar a mis colegas budistas que la comprensión empíricamente verificada de la cosmología y la astronomía modernas debe ahora obligarnos a modificar, o en algunos casos a rechazar, muchos aspectos de la cosmología tradicional tal como se la encuentra en los antiguos textos budistas.

Dado que el motivo primordial que fundamenta la investigación budista de la realidad es la búsqueda fundamental de sobreponerse al sufrimiento y de perfeccionar la condición humana, la orientación elemental de la tradición investigativa del budismo ha ido hacia el entendimiento de la mente humana y sus variadas funciones. Aquí se supone que al obtener una comprensión más profunda de la psique humana, podríamos hallar maneras de transformar nuestros pensamientos, emociones y sus predisposiciones subyacentes a fin de poder encontrar un modo de ser más íntegro y más satisfactorio. Es en este contexto que la tradición budista ha ideado una rica clasificación de los estados mentales, así como técnicas contemplativas para refinar cualidades mentales específicas. De esta manera, puede ser profundamente interesante y asimismo potencialmente beneficioso un genuino intercambio entre el acumulativo conocimiento y la experiencia del budismo y la ciencia moderna sobre amplios asuntos que incumben a la mente humana, desde la cognición y la emoción hasta el entendimiento de la capacidad de transformación inherente en el cerebro humano. En mi propia experiencia, me he sentido hondamente enriquecido al involucrarme en conversaciones con neurocientíficos y psicólogos sobre cuestiones tales como la naturaleza y el papel de las emociones positivas y negativas, la atención, la imaginería, así como la plasticidad del cerebro. La precisa evidencia de la neurociencia y la ciencia médica sobre el papel crucial del simple toque físico hasta para la ampliación física del cerebro de un bebé durante sus primeras semanas, permite entender poderosamente la conexión íntima entre la compasión y la felicidad humana.

Durante mucho tiempo el budismo ha indicado el inmenso potencial para la transformación que existe naturalmente en la mente humana. A este fin, la tradición ha desarrollado una amplia gama de técnicas contemplativas, o de prácticas de meditación, apuntadas específicamente a dos objetivos principales: el cultivo de un corazón compasivo y el cultivo de profundas percepciones sobre la naturaleza de la realidad, a las que se alude como la unión de la compasión y la sabiduría. En el centro de estas prácticas de meditación hay dos técnicas principales, por un lado el refinamiento de la atención y su aplicación sostenida, y por el otro la regulación y la transformación de las emociones. En ambos casos, siento que podría haber un gran potencial para la investigación cooperativa entre la tradición contemplativa budista y la neurociencia. Por ejemplo, la neurociencia moderna ha desarrollado una rica comprensión de los mecanismos del cerebro asociados tanto a la atención como a la emoción. La tradición contemplativa budista, dada su larga historia de interés en la práctica del entrenamiento mental, ofrece por otra parte técnicas prácticas para refinar la atención y regular y transformar la emoción. Por lo tanto, la reunión de la neurociencia moderna y la disciplina contemplativa budista podría llevar a la posibilidad de estudiar el impacto de la actividad mental intencional sobre los circuitos cerebrales, que ha sido identificado como crucial para procesos mentales específicos. Por lo menos, tal encuentro interdisciplinario podría ayudar para plantear cuestiones críticas en muchas áreas clave. Por ejemplo, ¿tienen los individuos una capacidad fija para regular sus emociones y su atención o, como sostiene la tradición budista, su capacidad para regular estos procesos es altamente susceptible al cambio sugiriendo un grado similar de susceptibilidad de los sistemas cerebrales y de conducta asociados a estas funciones?

Un área donde la tradición contemplativa budista podría hacer una gran contribución se halla en las técnicas prácticas que ha desarrollado para el entrenamiento de la compasión. En lo referido al entrenamiento mental de la atención y la regulación emocional, también se vuelve crucial plantear la cuestión de si algunas técnicas específicas poseen sensibilidad temporal en los términos de su efectividad, a fin de que puedan definirse métodos para que calcen en las necesidades de edad, salud, y otros factores variables.”

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